En verano de 2013 la situación llegó a un punto insostenible: con todas las estanterías repletas con los libros en plan tetris y a un mes de la feria del libro, con poco espacio para meter un nuevo mueble para seguir acumulando, me vi en la terrible situación de tener que deshacerme de unos cuantos para hacer sitio.
Fue entonces cuando me di cuenta de que teníamos un serio problema: aun en los casos en los que todos detestábamos un determinado ejemplar, nos dolía en el alma tener que deshacernos de él, casi como padres que no quieren dejar marchar a sus hijos.
Pero había que hacerlo y me tocó hacerme cargo de la operación. Como no sabía cómo afrontarlo, dediqué varias horas a pensar por qué guardaba los libros y, voy más allá, compraba ejemplares que ya había leído gracias a préstamos o descargas. Saqué dos conclusiones:
Lo que era peor, mi lista de pendientes no paraba de aumentar, sin bajar en ningún momento de los ciento diez ejemplares... y todavía no había releído ni uno de los libros que salvé, ni siquiera mis favoritos. Entonces tuve que ponerme seria conmigo misma, crearme un programa de incentivos (Déborah y sus teorías económicas...) para dejar de comprar tanto (solo un libro por cada cinco leídos, con premio de uno extra si aguantaba diez sin comprar, aunque luego también tuve que prescindir del premio) y obligarme a dejar de mirar en dirección a mis estantes de libros pendientes (sí, estantes porque son tres, uno de ellos con doble fila), alternando los libros nuevos con alguno de los viejos en mis estantes de favoritos.
Hasta el momento no me ha ido mal y no me arrepiento. Mi lista de libros pendientes no avanza tan deprisa como me gustaría, pero he recordado por qué es tan importante para mí tener los libros cerca por si me apetece volver a visitar esos mundos que tanto me gustaron.
No solo son una lectura con satisfacción asegurada (sabes que la disfrutarás porque ya la disfrutaste antes) sino que además percibes nuevos matices que antes se te pasaron por alto, te sorprendes por detalles que se habían borrado de tu memoria, alcanzas a vislumbrar más niveles de complejidad y tienes la misma sensación que cuando te reencuentras con un viejo amigo.
Así que seguiré releyendo. Me reencontraré con la Dragonlance, los Reinos olvidados, los personajes de la Tierra media y los romances de todas las épocas y lugares que más me fascinaron. Seguiré disfrutando de esas historias conocidas, temblando de emoción con ellas y dejándome envolver por su magia. Porque realmente merece la pena.
Fue entonces cuando me di cuenta de que teníamos un serio problema: aun en los casos en los que todos detestábamos un determinado ejemplar, nos dolía en el alma tener que deshacernos de él, casi como padres que no quieren dejar marchar a sus hijos.
Pero había que hacerlo y me tocó hacerme cargo de la operación. Como no sabía cómo afrontarlo, dediqué varias horas a pensar por qué guardaba los libros y, voy más allá, compraba ejemplares que ya había leído gracias a préstamos o descargas. Saqué dos conclusiones:
- Que en mi casa los libros tienen un aura, hasta el punto de que los tratamos como objetos “quasidivinos” que no se pueden dañar, maltratar o eliminar de nuestras vidas.
- Que el único argumento racional que podíamos elaborar era: "Es por si lo quiero volver a leer".
- Los libros que saldrían de nuestra casa iban a acabar en un lugar mejor, donde seguramente encontraran a alguien que, al contrario que nosotros, encontrara motivos para apreciarlos, por lo que tampoco era un “quasisacrilegio” lo que estaba a punto de hacer.
- Teniendo tantos libros en casa, era imposible releerlos todos, y más cuando no iban a parar de entrar libros nuevos, por lo que para ciertos ejemplares era un argumento absurdo.
- Realmente amontonarlos en el suelo hasta que nos llegaran a la cabeza no era una buena idea, y menos con un gato en casa.
Lo que era peor, mi lista de pendientes no paraba de aumentar, sin bajar en ningún momento de los ciento diez ejemplares... y todavía no había releído ni uno de los libros que salvé, ni siquiera mis favoritos. Entonces tuve que ponerme seria conmigo misma, crearme un programa de incentivos (Déborah y sus teorías económicas...) para dejar de comprar tanto (solo un libro por cada cinco leídos, con premio de uno extra si aguantaba diez sin comprar, aunque luego también tuve que prescindir del premio) y obligarme a dejar de mirar en dirección a mis estantes de libros pendientes (sí, estantes porque son tres, uno de ellos con doble fila), alternando los libros nuevos con alguno de los viejos en mis estantes de favoritos.
Hasta el momento no me ha ido mal y no me arrepiento. Mi lista de libros pendientes no avanza tan deprisa como me gustaría, pero he recordado por qué es tan importante para mí tener los libros cerca por si me apetece volver a visitar esos mundos que tanto me gustaron.
No solo son una lectura con satisfacción asegurada (sabes que la disfrutarás porque ya la disfrutaste antes) sino que además percibes nuevos matices que antes se te pasaron por alto, te sorprendes por detalles que se habían borrado de tu memoria, alcanzas a vislumbrar más niveles de complejidad y tienes la misma sensación que cuando te reencuentras con un viejo amigo.
Así que seguiré releyendo. Me reencontraré con la Dragonlance, los Reinos olvidados, los personajes de la Tierra media y los romances de todas las épocas y lugares que más me fascinaron. Seguiré disfrutando de esas historias conocidas, temblando de emoción con ellas y dejándome envolver por su magia. Porque realmente merece la pena.
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