En los anteriores artículos hemos visto que la distribución supone un coste bastante difícil de asumir, y cómo el precio fijo establecido por ley hace que la libre competencia (que en teoría debería traer como consecuencia una bajada de los precios) no exista. Pues bien, me atrevería a argumentar que hay otro factor más en el precio de los libros, más allá de esto y de los costes lógicos (impresión, corrección, maquetación, diseño de portada, promoción...). Y es simplemente una cuestión de apuestas.
Pensémoslo un momento. Los grandes tienen una clara ventaja gracias a las economías de escala (eso significa, básicamente, que cuanto más cantidad produces más barato te sale producir) y a la hora de negociar sus condiciones con proveedores y vendedores, por no hablar de que están tan bien posicionadas que, ante dos novedades similares, el comprador probablemente se decantará por ellos.
¿Por qué entonces sus precios son similares, o incluso superiores, a los de editoriales pequeñas o medianas?
Bien, primero la razón obvia... ¿quién va a vender el libro a 15 si puede colocarlo a 20? Y ahora la razón no tan obvia. Las apuestas.
Es de todos sabido en el mundillo del cine que las productoras saben a ciencia cierta que, de todas sus películas, la gran mayoría supondrán un fracaso estrepitoso, algunas apenas cubrirán costes y muy pocas serán tan exitosas que no sólo compensarán el fracaso de las otras, sino que darán grandes beneficios (hay una proporción y todo, que ahora mismo no he encontrado, aunque creo que rondaba el 60-30-10, respectivamente). A esto se le llama diversificar el riesgo. Es una regla que se aplica a muchos otros ámbitos: desde las inversiones financieras... hasta el mundillo editorial. Y en España está especialmente agudizado.
Primero los datos, por supuesto. Nuestro país es uno de los que más títulos publica al año, sólo en 2011, 26.344 títulos literarios, de los cuales 5.376 son en formato bolsillo. Unas cifras que dan miedo, tanto más si comparamos con la población total y ya ni os cuento si lo comparamos con la población lectora. Según datos oficiales, las editoriales grandes (que son minoría) tienen un 38,4% de los títulos y un
55,9% de los libros totales (5080 ejemplares de tirada media). Es decir, que un porcentaje reducidísimo de las editoriales sacan a la venta más de la mitad de los libros que hay en el mercado y casi un 40% de los títulos nuevos.
Puede parecer extraño, y más si lo miramos en proporción al número de habitantes. ¿Para qué tanta variedad, tanto libro que se va a quedar sin vender? Pero si lo planteamos desde la lógica de la diversificación de riesgos, tiene todo el sentido del mundo: cuantos más libros publique una editorial, más probable que se encuentre con el filón que hará brillar su cuenta de resultados. Y, dado que tiene que cubrir no sólo su coste, sino además el de los demás fracasos y encima dar grandes beneficios... el precio tiene que ser más alto. Es decir, que los precios de los libros no sólo se calculan en base al coste de ese título concreto, sino que incluyen el coste del resto de títulos que se sabe que van a fracasar.
Pero, además, estos libros que no hacen brillar la cuenta de resultados y que apenas hacen recuperar costes, si es que los recuperan, tienen otra función: ocupar espacio. Suena a idiotez, hasta que pensamos que el espacio que no ocupe una editorial lo ocupará la editorial competidora. Así que prefieren sacar muchos títulos y que algunos se queden en las cajas a sacar menos libros y que el espacio lo ocupen otras editoriales en vez de ellas. Otra razón más para tener un amplio abanico de novedades en catálogo.
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