Me llamaba muchísimo la atención esta ópera en la que el rey finge su muerte para ver qué hacen sus hijos en su ausencia... ¡y ambos hijos corren a seducir a la prometida de su padre! Además, no había escuchado ninguna obra de Mozart y su primera ópera, escrita con catorce años, era la oportunidad perfecta.
No pensaba que pegara esa adaptación con ropas modernas, pero encaja bastante y al final me pareció muy acertada.
A nivel musical, es una auténtica delicia. Es una ópera pensada para el lucimiento tanto de la orquesta como de los cantantes, que se ven obligados a hacer prodigios con sus voces. Toda la actuación me pareció extraordinaria, la verdad.
El problema es que no hay libreto para tanta música y Mozart abusó de un recurso muy típico: repetir frases. Pero lo de repetir frases funciona cuando se hace de forma puntual, en escenas en las que hay movimiento. Cuando llevas una eternidad escuchando un solo que repite las mismas frases una y otra vez y pasas a otro solo que repite las mismas frases una y otra vez, seguido de otro solo que repite las frases una y otra vez... acaba siendo pesado.
A nivel escena, intentaron paliarlo en la medida de lo posible con algunos detalles como un mayordomo desesperado por esos jóvenes maleducados que desordenan todo a su paso en ausencia de su padre, o con una zona de paredes grises en las que se representaba la mente del cantante con figuras negras y los personajes implicados repitiéndose y moviéndose por todas partes de forma estética.
Aun así, me ocurrió con esta ópera lo que no me había pasado con ninguna antes: me encantó la música, pero aburrí y se me hizo larguísima.
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